lunes, 31 de diciembre de 2012

La Herencia de los Dos Hermanos

El periodo conocido con este nombre es, sin duda, el primer gran reordenamiento en la Hyspania cristiana posterior a los godos. Corría el final del Año de Nuestro Señor de 890 y la Casa Jovellanos reinaba en Hyspania. Sin embargo, esas navidades, el Rey Pelayo III "El Alto" se cayó del caballo y se rompió una pierna. Lo que no debería haber pasado de eso se complicó cuando la herida se infectó, inhabilitando al gobernante entre fiebres en cama.

Su hija mayor, Helena de Jovellanos, fue la encargada de gobernar mientras su padre no podía, contando para ello con la ayuda de su marido Silvio, Conde de Bragança. Sin embargo, su hermano menor Alejandro no estaba de acuerdo y creía que debía ser él quien se encargase de gobernar el Reino.

Sin embargo, el Rey se repuso de las fiebres, aunque la herida no fue sanada nunca y, a lo largo de los dos siguientes meses se encontraba a menudo indispuesto. Durante este tiempo, sus dos hijos fueron buscando apoyos: Helena contó con la alianza del Condado de su marido, así como las tierras del sur, mientras que Alejandro lograba alistar a su lado al Conde de Coruña y al de Oviedo. Capturado en el medio, el Conde de Pontevedra se mantenía neutral, intentando navegar las aguas cada vez más complicadas de la política en la capital, que de aquellas todavía se encontraba en Santiago de Compostela.  Finalmente, el Condado de Santander se esforzaba por no verse arrastrado a ninguno de los dos bandos.

Sin embargo, con la llegada del verano, las fiebres de Pelayo III arreciaron de nuevo y lo condenaron a la cama durante semanas. Y, desde su lugar de reposo, tuvo que asistir impotente al espectáculo de como su hija e hijo armaban a sus leales y se preparaban para batirse por la Corona. Incapaz para intervenir, observó cómo el Condado de Pontevedra era transformado en el campo de batalla de continuas escaramuzas por las tropas de ambos bandos, que se enfrentaron en las rías de Vigo y Pontevedra, y por las villas de toda la zona. Había comenzado la Guerra de los Hermanos.

Tras una batalla especialmente cruenta entre ambos bandos en torno a la ciudad de Baiona, el Conde de Pontevedra, Xurxo de Tabili, acudió al Rey solicitando una solución al conflicto. Las intrigas palaciegas se sucedieron mientras los ejércitos cubrían de sangre las tierras de los Jovellanos. El punto de inflexión llegó cuando Andrés de Yñigo, Conde de Santander, acudió al Rey indicando que Eduardo de Alarcón, Duque de su Casa, estaba reuniendo sus ejércitos. Capturado ante la presión de ambos bandos, y sabiendo que había más Condes a favor de su hijo que de su hija, el Rey promulgó la Ley Sálica, garantizando la herencia de la Corona por parte de su hijo menor.

Helena y su marido Silvio se negaron a aceptar la situación y llevaron sus ejércitos para enfrentarse a su hermano Alejandro en una batalla masiva en los campos al norte de Ourense. Los dos ejércitos se enfrentaron uno contra el otro el 14 de Septiembre del Año de Nuestro Señor de 891, y los muertos fueron ingentes. Si bien la victoria fue para Alejandro, las tropas de Helena lograron inflingir tantas bajas a su oponente que fue una victoria pírrica, dejando a ambos lados prácticamente destruidos.

Así que Helena regresó al sur, a Bragança, y rompió su vasallaje para con su padre. De ese modo, el Condado se declaró independiente, y apareció el Reino de Portugal. Su hermano montó en cólera y solicitó a su padre que forzase a Helena a restablecer el vasallaje usando para ello las tropas del Rey. Sin embargo, Pelayo III murió a mediados de Octubre, y sus ejércitos nunca salieron. Alejandro se situó al frente de su Casa, pero una serie de enfermedades por parte del Cardenal de Santiago impidieron que se pudiese celebrar la coronación. A menudo, se ha dicho que estas enfermedades no fueron más que pretextos puestos por el Cardenal bajo presión del Duque Eduardo de Alarcón.

Sea como fuere, la independencia de Portugal fue inevitable, y para enero las tropas de los Alarcón comenzaban a cruzar la frontera. Las tropas de la Casa Real, junto con las pocas tropas que sobrevivían tras la Guerra de los Hermanos fueron movilizadas rápidamente para enfrentarse a los Alarcón en torno a la Guarida del Halcón, donde esperaban poder compensar la superioridad numérica del enemigo. Los Alarcón sabían de la fuerza de la fortaleza, igual que eran conscientes de que el tiempo corría de su lado, de modo que asediaron el castillo y se prepararon a esperar. Era el comienzo de la Guerra de Sucesión, aunque quizás fuese una de las guerras menos sangrientas de la historia del reino.

Durante meses, Alejandro se vio encerrado en su castillo, lejos de la Catedral donde esperaba ser coronado. Se coronó, sin embargo, en la capilla del castillo, aunque muy pocos reconocieron ese acto como legítimo. Al contrario, el Duque de Cruilles tenía muy claro de qué lado estaba la fuerza, de modo que, aunque permaneció neutral, dejó claro que no reconocía la coronación.

Casi diez meses después, sin alimentos y en fatales condiciones, Alejandro dirigió a sus tropas en un desesperado intento por romper el cerco del enemigo y huir. Fracasó. En el campo de batalla, los ejércitos se enfrentaron y las tropas Alarcón demostraron su superioridad, obligando a Alejandro a capitular.

Alejandro tuvo que aceptar la "escolta" de Eduardo de Alarcón de vuelta a Santiago, donde se sucedieron las negociaciones para la capitulación. En enero del Año de Nuestro Señor de 893, Eduardo de Alarcón se convirtió en Eduardo II "el Seguro", y la dinastía Alarcón se hizo con la Corona. A cambio, la Casa Jovellanos fue convertida en una Casa Ducal, y se forjó un acuerdo según el cual todo Duque Alarcón se casaría con la mayor de las hijas Jovellanos, acuerdo que aún hoy en día permanece.

Aún a día de hoy, en referencia a este convulso periodo, se usan expresiones del estilo de "esto es un dos hermanos", o "no te metas entre hermanos" para hacer referencia a situaciones donde se haga lo que se haga se sale perdiendo.

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