martes, 2 de abril de 2013

El Resurgir del Fénix se Hace a Través del Fuego

Ernesto de Alarcón meditaba sentado en el trono de su padre en Burgos. La sala permanecía vacía frente a él, y sólo el leve titilar de las antorchas en las paredes causaban movimiento, al cambiar la proyección de las sombras del lugar. Pero, ¡finalmente había conocido a la pieza que necesitaba!

La primera vez que había visto a los miembros de la Casa de la Vega pensaba que iban a interponerse en sus planes. Que se pondrían del lado de su padre, tratando de buscar una salida diplomática a la situación de anquilosamiento que sufría la Casa Alarcón desde hacía demasiado tiempo. ¡Y esa salida no lleva a ningún sitio! Su padre, el Duque, había intentado ese camino durante toda su vida, y lo único que había conseguido era chocar continuamente con las casas débiles, cobardes y cansadas que le debían vasallaje, incapaces de organizarse para tomar lo que les correspondía por justicia. Y los de la Vega, con toda su palabrería y diplomacia, caminaban por ese camino.

Hasta esa misma mañana, en que había conocido al heredero, Sandro. Y en él encontró a alguien con la misma visión que él tenía, con la misma ambición, el mismo deseo de poder. El deseo que, en tiempos, había hecho grande a la Casa Alarcón, encumbrándola hasta la Corona. Una vez su padre se marchase como embajador a las tierras de la Casa de Alba, se podrían poner en movimiento las piezas.

Y eso era lo que lo mantenía sentado en el trono. Finalmente, tras tanto tiempo, se acercaba el momento de la verdad. Casi podía sentirlo: el tiempo, corriendo aceleradamente al mismo ritmo que su corazón latía en su pecho. Pero, llegada la situación, no podía evitar sentir miedo. Iban a arriesgarlo todo, lanzar un golpe decisivo y tremendo que obligaría a que el Duque entrase en la guerra contra la Casa de Cruilles, debilitada por la peste negra. Y, sometidos los aragoneses, la fuerza de la Casa Alarcón de nuevo habría encontrado la dirección necesaria, y la Corona sería el objetivo. ¡Adios al vasallaje a esos advenedizos Medinaceli! Por amor de Dios, ¡si ellos habían sido una parte de la propia Casa Alarcón! ¿Qué derecho tenían para robar la Corona con malas artes?

Pero, por justa que fuese la causa, el miedo permanecía. ¿Y si salía mal? ¿Y si los mercenarios Cruilles eran capaces de aplastar a los ejércitos Alarcón? ¿Y si la Casa de Alba atacaba el sur, su propio Condado? ¿Cómo intervendría el Rey, tras su amenaza al respecto en el torneo? ¿Y los Jovellanos, qué harían? Había demasiados interrogantes, demasiadas dudas, y sin embargo no se podía esperar. Ya habían aguardado demasiado, ahora había que actuar, y las dudas se solucionarían cuando los hechos se pusiesen en marcha.

Ya no había marcha atrás, Sandro de la Vega iba a ser la espada que iniciase la guerra que llevase a los Alarcón de vuelta a la Corona... o a la destrucción. Pero nunca más serían los segundos de nadie.

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