miércoles, 24 de octubre de 2012

La Guerra de los Arados

La historia de la guerra que supondría el reordenamiento de todo el status quo de Hyspania comenzó en el año de Nuestro Señor de 1188. Era un Noviembre particularmente templado y la Reconquista, como a menudo ocurría, estaba detenida. Por falta de recursos y voluntad política, la Casa Alarcón se negaba a lanzar a la Casa Alba sobre el reducto infiel de Al-Andalus, o lo poco que quedaba de ella.

Así y todo, los caballeros de la Casa de Alba se dividían entre sus impulsos de luchar, de disfrutar del ocio, y de confabular los unos contra los otros para conseguir posiciones predominantes. Incluso, alguna de las Casas Condales planeaba, en secreto, tomar para sí el Condado. Especialmente, la Casa Ayamonte, Condes de Aravaca, que veían en la indecisión del Duque de tomar Granada aún sin sanción Real un problema para sus ambiciones expansivas. Así que el entonces Conde Gabriel de Ayamonte pasaba la mayor parte de su tiempo en la ciudad ducal de Dórdoba, descuidando el gobierno de sus tierras.

Sus Marqueses del norte, necesitando guerras y sin claras perspectivas de poder expandirse a Granada aunque se declarase esa guerra algún día, comenzaron a hostigar al norte, al Condado de Teruel, propiedad de la Casa de Cruilles. Y el Conde no se dio cuenta hasta que los Cruilles airaron sus protestas ante el Rey Jorge IV "el Débil" e iniciaron un conflicto abierto. Se produjeron escaramuzas fronterizas, y los Cruilles trataron de movilizar toda su fuerza diplomática para conseguir que el Rey forzase a la Casa de Alba a dar marcha atrás y evitar así una guerra ducal.

Pero el Rey, una y otra vez, se excusaba a la hora de buscar soluciones, daba largas y se marchaba de caza. Y, viéndose impunes, en Febrero de 1289 la Casa de Alba declaró la Guerra a la Casa de Cruilles por el Condado de Teruel. Desenterraron un antiguo documento que decía que ese Condado debería haber sido transferido a la Casa de Alba cuando esta se formó como Casa Ducal en 1155, y con este solucionaron la necesidad de un casus belli. Los Cruilles reclamaron que esos documentos eran falsos, que se los habían inventado y que la copia de la firma era mala y el sello era erróneo. Pero el Rey no fue capaz de decidirse entre airar a la Casa cuyo ejército necesitaba para finalmente, algún día, tomar Al-Andalus, o a la Casa cuya economía era más poderosa. De aquellas, la Casa Cruilles era la segunda Casa más importante, de modo que el Rey finalmente optó por callar y dejar que el conflicto prosperase, esperando así que se debilitase la Casa con mayor capacidad de desafiar su propia Corona.

Durante casi treinta años, las dos Casas guerrearon, pararon, y volvieron a enfrentarse por el Condado de Teruel ante la incapacidad del Rey para detenerlas. Tanta guerra arrasó las tierras y las empobreció, destrozó los ejércitos, y debilitó a todas las Casas involucradas, y todo ello sin un claro vencedor. Pero ya era una cuestión de honor, y aunque ambas partes deseaban una solución de tapadillo, ninguna estaba dispuesta a dar marcha atrás y ceder en su orgullo. Así que continuaron matándose unos a otros, dejando las tierras de Al-Andalus en paz, y el Condado de Teruel en ruinas.

La Casa de Medinaceli fue la que aprovechó mejor la coyuntura. Durante años había actuado como intermediaria entre ambas Casas para conseguir los lapsos en que el conflicto se detenía y las Casas podían reconstruir lo que tenían. Ambas partes debían ya demasiados favores, de modo que ambas aceptaron cuando los Medinaceli sugirieron que era hora de deponer al Rey Alarcón y solucionar el conflicto de una vez por todas con un Rey fuerte. Y ni los Cruilles ni los Alba estaban en posición de solicitar ese título ya, tras desangrarse mutuamente.

Así, las Casas marcharon contra los Alarcón y, finalmente, Pedro III se convirtió en el primer Rey de la Casa de Medinaceli. A partir de entonces, los esfuerzos se aceleraron. Se logró un alto en el combate ese otoño, y para la primavera siguiente la solución ya estaba hallada. Ante la imposibilidad de decidir sobre la veracidad de los documentos (o, mejor dicho, no insultar a ninguna de las partes al darle la razón a la otra), el Rey impuso una solución intermedia: la Casa de Olivares rompería su vasallaje a la Casa de Cruilles, y pasaría a ser independiente.

Pero los Olivares temían que eso implicase nuevas guerras por su territorio ahora que ninguna Casa Ducal los protegía, de modo que en Abril se anunció que la Casa Olivares pasaba a estar directamente bajo protección de la Casa Real. Con eso, la Guerra de los Arados había llegado a su final, y el panorama político de toda Hyspania había cambiado para siempre.

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